Servicio levanta-ánimos a domicilio (Priv. Egipto)

Ugh, un golpe de estado, ¿eh? Pocas veces había hablado con Egipto, en realidad, y por eso no le caía ni bien ni mal hasta que oyó las noticias. Descontrol militar, guerras civiles, inestabilidad social: cualquiera que sufriera alguna variante de esas catástrofes podía considerarse su amigo. No por nada se había esforzado durante casi dos décadas por calmar el ambiente dentro de su país. Muertes, violencia y niños, montones de niños reclutados para los enfrentamientos armados era lo que le había tocado presenciar. Cierto era que su historia estaba manchada de sangre y crímenes desde mucho antes, con el tráfico de esclavos y el contrabando, pero llevaba un tiempo ya sin enfrentarse a esas situaciones cuando en 1992 Strasser había guiado al pueblo en el primer paso a la masacre que duraría hasta 2009.

En fin, con eso en mente es que había ido a ver a su presidente unos días después del 3 de julio para pedirle autorización para salir del país. Situación extraña en verdad, el pobre hombre la había observado sorprendido por dos o tres minutos antes de darle permiso siempre y cuanto pagase el pasaje, ya que las arcas gubernamentales no andaban exactamente llenas.

Dicho y hecho, juntar el dinero le había llevado unos días, pero en cuanto lo tuvo echó a andar hacia El Cairo, donde esperaba encontrarse con Gupta. Cobró algunos favores y terminó pagándose un pasaje de avión en Bamako, tras cruzar las fronteras de Guinea un par de veces. Ya en Egipto, salió de la plataforma de desembarque estirándose perezosa, pues el viaje había tenido categoría turista a falta de categoría "equipaje que respira oxígeno". Con un pequeño bolso y un par de mudas de ropa oteó desde arriba de un banco la salida a aquel mar de gente, esperando que de paso alguien pudiese decirle dónde encontrar el centro gubernamental del lugar.

—Ah, ¡perfecto! ¡Muchas gracias! —le agradeció Kadi en ese momento al último egipcio al que le había pedido instrucciones y se volvió para encarar con una sonrisa la multitud que cubría una de las calles principales de El Cairo.

Era gente amigable, por lo que había podido ver, y para ese entonces ya se sentía como en casa. Desde que había puesto un pie en el aeropuerto que había encontrado quien le dijese hacia dónde ir y, a pesar del idioma y la cantidad de coches que recorrían la ciudad, había llegado a la conclusión de que el pueblo musulmán era el mismo en todos lados: siempre amable y educado, como los islamitas que poblaban la mitad de sus tierras, a causa del comercio que mantenía con Arabia desde que tenía memoria.

Así pues, feliz se dirigía al edificio que la recepcionista de inmigraciones le había marcado en un mapa cuando lo vio. Al parecer no tendría que caminar hasta el Mugamma, pues habría jurado que el muchacho de piel morena y ropas árabes que se paseaba unas cabezas mas allá era la mismísima representación del suelo que yacía bajo sus pies.

—¡Eeey! ¡Gupta! —lo llamó ondeando el folleto turístico que traía sobre su cabeza mientras intentaba llegar hasta él— ¡Oooi! ¡Egipto! —repitió enérgica con la intención de captar su atención en medio de la ajetreada ciudad.

Y sí. Había acertado. No lo tuvo que llamar mucho tiempo antes de que notase su presencia y se voltease hacia ella, acercándose entre la multitud. Lástima que no quisiese llamar la atención, porque de haberlo sabido no habría ido gritando tanto por ahí, que pocos podían ignorarla cuando se ponía así. Sin embargo, se veía de lejos que no le había gustado que hiciese tanto alboroto, por lo que en seguida se calló y esperó donde estaba, resistiendo las mareas de personas que barrían la calle.

—¡Buenos días, Gupta! Jajajaja, tienes razón. Disculpa. Tan solo quería llamar tu atención —respondió a su saludo y le sonrió gustosa, feliz de habérselo encontrado de una forma tan inesperada— ¿Que no es obvio a qué vine a El Cairo? ¡Estoy aquí para levantarte el ánimo! —dijo a continuación, cuando el egipcio le preguntó qué hacía allí— Espero que no te moleste si me quedo un día o dos, ahora que he oído las noticias —explicó, mostrándole el bolso que llevaba a la espalda y palmeándole el hombro, exuberante de energía— Pensaba caminar hasta el Mugamma, pues ya había pedido indicaciones y todo, pero ahora que te encontré... Tú dime, ¿qué hacemos para apartarte de tus problemas?